Cuentan que una vez un hombre caminaban por la playa en una noche de luna llena, mientras pensaba en su vida y reflexionaba…
«Si tuviera un coche nuevo, sería feliz».
«Si tuviera una casa grande, sería feliz».
«Si tuviera un excelente trabajo, sería feliz».
«Si tuviera una pareja perfecta, sería feliz».
En ese momento, tropezó con una bolsita llena de piedras y empezó a tirarlas una por una al mar cada vez que decía: «Sería feliz si tuviera…»
Así continuó pensando en todo lo que no tenía y que por lo tanto impedía su felicidad. De pronto se dio cuenta de que solo le quedaba una piedrita, era un diamante muy valioso. ¿Te imaginas cuántos diamantes arrojó al mar sin apreciarlos?
Reflexión:
A veces pasamos arrojando nuestros preciosos diamantes, por estar esperando lo que creemos perfecto, o soñando y deseando lo que no tenemos, sin darle valor a lo que tenemos cerca.
Mira a tu alrededor y si te detienes a observar, te darás cuenta cuando afortunado eres, muy cerca de ti está tu felicidad y no le has dado la oportunidad de demostrarlo.
Observa bien lo que tienes, tal vez sea un diamante valioso. En realidad, cada día es un diamante precioso, valioso e irremplazable que Dios nos da, y depende de cada uno aprovecharlo o lanzarlo al mar del olvido para nunca más poder recuperarlo.