Había un carpintero que un hombre había contratado para ayudarlo a reparar una vieja granja. Al finalizar un duro primer día de trabajo al carpintero le sucedió lo siguiente: La cortadora eléctrica se estropeó, lo que le hizo perder mucho tiempo, y luego, su viejo camión se negó a arrancar. El hombre ayudó al carpintero y lo llevó a casa. El carpintero guardó silencio durante todo el trayecto.
Una vez allí, el carpintero invitó al hombre a conocer a su familia. Cuando se dirigieron a la puerta, el carpintero se detuvo brevemente en frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos.
Cuando él abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación. La bronceada cara del carpintero estaba plena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa.
Después el carpintero acompañó al hombre hasta su automóvil. Cuando pasaron cerca del árbol, el hombre sentía curiosidad y le preguntó al carpintero acerca de lo que le había visto hacer un rato antes.
El carpintero le respondió:
“Oh, ese es mi árbol de problemas. Sé que no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa. Al día siguiente, por la mañana los recojo otra vez. Lo divertido es que cuando salgo por la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior”.
“Echad toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros”. (1 Pedro 5:7).