«Bienaventurado todo aquel que teme al SEÑOR que anda en Sus caminos. Cuando comieres el trabajo de tus manos, bienaventurado serás, y te irá bien.» (Salmos 128:1-2)

Aquel que teme al Señor y anda en Sus caminos no necesita preocuparse. Tiene la garantía de ser exitoso en todo lo que hace. Por su obediencia a Dios, no se ve a equivocar. Por vivir por la fe, incluso lo que iba a salir mal, va a salir bien.

El que teme al Señor toma en consideración Su Palabra. No le tiene miedo a ningún hombre, no se desespera ante ningún situación. No se desespera, pues cree. Sabe que está seguro y sigue las orientaciones del Espíritu de Dios. Por eso, hace su mejor en su trabajo y recibe la recompensa. Recibe, inevitable, pues Dios no queda como deudor de nadie.

La garantía de la felicidad está en la obediencia de aquel que cree incondicionalmente. Obediencia y esfuerzo, pues «cuando comieres el trabajo de tus manos,» es decir, él tiene que esforzarse, dedicarse, hacer su mejor, pero sin ansiedad, sabiendo que el resultado positivo no vendrá por la fuerza de su brazo, sino por la fuerza de su fe.

Con tu vida enteramente en las manos de Dios, todo te saldrá bien y serás feliz. Ante esta promesa, ninguna dificultad que se presente durante el día tendrá el poder de impedir que todo vaya bien al final.


Andar en el temor y en la obediencia a Dios es la única forma de garantizar que todo vaya bien.


 

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