En cierta ocasión Martin Luther King se encontraba a punto de dar una de sus famosas conferencias acerca de los derechos humanos, cuando notó que un pequeño niño de color se encontraba al frente de su auditorio. Se sintió sorprendido y preguntó a uno de sus ayudantes al respecto y este le indicó que había sido el primero en llegar.
Cuando terminó su discurso se soltaron globos de diferentes colores al cielo, los cuales el pequeño no dejaba de mirar. Esto llamo la atención de Martin Luther King quien abrazándolo, lo levanto en brazos. El pequeño lo miró fijamente y le preguntó si los globos negros también volaban hacia el cielo, Martin lo vio y le contestó: Los globos no vuelan al cielo por el color que tengan, sino por lo que llevan dentro…
Recuerda esto cada vez que veas a alguien que intelectual, afectiva o físicamente no sea como tú quisieras. ¡Todos tenemos la misma dignidad!
No podemos creer que un puesto, un apellido o las cosas que poseemos nos hacen más que otros, y recordemos el ejemplo de Jesús, quien siendo Dios lavó los pies de sus discípulos y dijo: “el que quiera ser el más grande, que sea el más pequeño pues es más importante el que sirve que el que se sienta a comer”.
Indudablemente, las personas valen por su riqueza interior y no por las cosas externas que puedan poseer. Si la belleza del cuerpo no va acompañada por la belleza del alma, nos encontramos ante algo imperfecto. La belleza física se corrompe con el paso de los años; en cambio, la belleza del espíritu suele mejorar.
Los seres virtuosos, con el tiempo, aumentan la belleza de su alma. Y a nivel de afec-tos, todos podemos ser inmensamente ricos, o inmensamente pobres. En ese terreno estamos todos igualados. Reyes y mendigos pueden ser amados por igual. Y si desde nuestra humilde condición de plebeyos, no ostentamos escudos ni título nobiliario alguno, en el corazón de quienes nos aman podemos ser reyes, príncipes, o simplemente… lo más importante del mundo.