Patricia pensó incluso en pedir el divorcio, pero no se inclinó ante el problema, encontrando en la fe la solución
Cuando surgen los problemas, el ser humano tiene dos opciones: o se inclina ante ellos, acabando por desistir; o decide arrodillarse ante Dios y ganar fuerzas para levantarse, enfrentarlos y vencerlos. Fue ante esta encrucijada que se vio Patricia, pues, llevaba 12 años de agresiones y traiciones en el matrimonio, tendría que optar por arrodillarse ante los problemas y aceptar que la solución sería la separación o arrodillarse, delante de Dios y luchar por la transformación de su matrimonio.
“Mi vida estaba completamente destruida, pues era víctima de violencia doméstica y sufría con las traiciones de mi marido. Cuando me golpeaba, yo miraba a mis hijos y recordaba mi pasado, cuando veía a mi padre, que era alcohólico, golpear a mi madre. Como crecí en medio de la violencia, no quería que mis hijos pasaran por lo mismo. Por ese motivo, empecé a pensar que el divorcio era la mejor solución, pero cuando se dio cuenta mi marido de mi intención, se volvió más violento.
Sin embargo, empecé a gestionar los documentos para el divorcio y fue cuando conocí el Centro de La Mano que Ayuda. Cuando entré por primera vez me sentí en paz. Salí de allí diferente, más fuerte interiormente, más segura y dentro de mí tenía la certeza de que las cosas iban a cambiar. Continué asistiendo a las reuniones y un día percibí que lo que realmente quería era la restauración de mi matrimonio y no la separación.“Dios me mostró que había otra solución para mí y entonces empecé a luchar por mi matrimonio y Él me respondió. Mi marido empezó a ser un hombre más tranquilo” Hoy, el marido de Patricia es un hombre transformado, y en su matrimonio hay paz y felicidad.
Patricia