Con mucha frecuencia veo a personas decaídas, deprimidas, con poca energía y ningún ánimo para seguir adelante. Personas que afirman “no puedo/no aguanto más”. Personas que piensan “haga lo que haga nada va a cambiar y nada voy a conseguir”. ¿Te las has encontrado tú también? Incluso, puede que tú mismo seas una de ellas. Y, aunque intentes ayudarlas, es como hablar con una pared, ¡no sirve de nada!
En mi caminar encuentro a personas que se quedan inmóviles en su negatividad, en su fracaso, en su tristeza; a veces, familias enteras. Personas pobres que se “apalancan” en su pobreza y miseria. Personas explotadas y maltratadas que ni siquiera son capaces de percibir esa situación y, mucho menos, de hacer nada para cambiarla, e, incluso, la justifican. En definitiva, todas ellas son personas que están resignadas con lo que les ocurre.
A mí, ya desde pequeña, la palabra resignación me ponía furiosa y enfadada, porque pensaba –“que tenga que aguantar esto, quizá, pero que encima tenga que aceptarlo, asumirlo y estar contenta… ¡eso si que no!”–. Y no entendía cómo podía haber personas que lo aceptaran sin más.
Pero encontré la respuesta. Son personas que han caído en la impotencia adquirida. Pero ¿qué es eso? Para que puedas entenderlo mejor te resumiré los experimentos que realizó Martin Seligman con sus perros:
Seligman hizo 3 grupos de perros, que llamaremos A, B y C, e introdujo cada grupo en una jaula diferente.
Los grupos A y B recibían descargas eléctricas aleatorias a través del suelo, mientras que el C, no recibía ningún tipo de descarga.
Los perros A podían detener las descargas realizando alguna acción. No podían evitar las descargas pero si podían detenerlas momentáneamente. Así, por aprendizaje, cada vez que se producía la descarga realizaban la acción.
A los perros B no se les dio ninguna opción para detener las descargas. Éstas se iniciaban y paraban de forma aleatoria, independientemente de lo que hicieran o dejaran de hacer.
Posteriormente, Seligman, utilizó otra jaula. Esta se encontraba dividida en 2 compartimentos separados por una valla. Para librarse de las descargas, los perros únicamente tenían que saltar la valla y quedarse en el otro compartimento.
¿Qué ocurrió? Los perros C, que nunca habían recibido descargas eléctricas, enseguida, saltaron al otro lado de la jaula para ponerse a salvo.
Los perros A, intentaron parar las descargas realizando la acción que anteriormente les había funcionado; pero, al no conseguirlo, buscaron otra alternativa y… saltaron al otro lado de la jaula.
¿Y los perros B, los que hicieran lo que hicieran no ponían fin a su sufrimiento? Estos simplemente se tumbaron en el suelo y gimieron, aceptando triste y lastimeramente su destino. Se dieron por vencidos directamente. Nunca supieron que esta vez sí podían librarse de su dolor porque no intentaron nada y no buscaron ninguna alternativa.
Este experimento es extensible a nosotros. Ante la adversidad, a veces, aprendemos a rendirnos, a resignarnos y a aceptarla. Renunciamos a luchar en función de nuestro pasado, de nuestro aprendizaje, de nuestra experiencia; inclusive cuando las circunstancias presentes nos ofrecen claros indicios de que es posible alcanzar la victoria.
Ahora dime, ¿vas a tumbarte a recibir descargas una y otra vez, vas a quedarte repitiendo aquello que una vez funcionó, pero que ya no, o piensas saltar la valla?
Maribel Salvo
Vicepresidenta de LMQA y Psicóloga
Que bueno el artículo, tomaré Nota gracias.