Es muy importante que entiendas que todos los seres humanos estamos en una guerra. Mucha gente no se da cuenta pero vivimos en guerra. No es una guerra armada con soldados, ejércitos, ni armas de destrucción masiva. Es una guerra espiritual. Sin ir más lejos, tanto la pandemia como la crisis provocada por esta, es una guerra espiritual que tiene como objetivo desestructurar a las familias, destruir la economía y quitar la paz de las personas.

El apóstol Pablo lo dejó muy claro en su epístola a los efesios «Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Efesios 6:12). Por tanto, nuestros enemigos no son las personas, sino el mal que opera detrás de cada problema o situación. Por ejemplo, a veces la persona piensa que el problema es el hijo que es rebelde, el compañero de trabajo que es envidioso e incluso el marido o la mujer que no le entiende. Esta es una estrategia del mal para sembrar sentimientos de odio y rencor en el corazón de la persona y para que no se percate de que es él quién está atacando.

Es un enemigo invisible pero que causa verdadero destrucción a través de los problemas que provoca en la vida de la gente, como la miseria, la violencia o la depresión. Para vencerlos, primeramente necesitamos ser conscientes de que el mal existe.

¿CÓMO VENCER EN ESTA GUERRA?

Para vencer una guerra espiritual necesitamos armas espirituales. El apóstol Pablo, en la misma carata, reveló cuáles son. Presta mucha atención:

«Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo» (Efesios 6:10:11).

Solo podremos tener esta armadura si nos fortalecemos en la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es el alimento de nuestro espíritu, de nuestra fe. El secreto es alimentarnos de la palabra de Dios diariamente, no solo los domingos. Aunque la persona asista a la iglesia todos los domingos, no es suficiente para sustentar la fe. Para estar fuerte en la fe, la persona, además de venir a la iglesia, debe vivir en obediencia a la Palabra de Dios.

Esta no es solo la clave de nuestra victoria delante de los problemas, sino también de nuestra protección y de nuestra paz. Esta armadura de la que habla el apóstol es el Espíritu Santo, que Dios da a todos los que quieren obedecerLe. La decisión es de cada uno. Dios desea dar esta armadura a todos, pero quien la quiera, debe estar dispuesto a seguir la Palabra de Dios. De lo contrario, Dios respetará su decisión, pero estará vulnerable frente a los ataques del mal.

Recuerda, la decisión de empezar a obedecer es de cada uno. Dios nos enseña pero somos nosotros los que decidimos obedecer o desobedecer.

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