«Mas al Señor vuestro Dios serviréis, y Él bendecirá tu pan y tus aguas; y Yo quitaré toda enfermedad de en medio de ti»
(Éxodo 23:25)
Moisés recibió esta orientación de Dios y se la repitió a los hijos de Israel. Sin embargo, había una condición: la promesa sería válida solo para quienes sirvieran al Señor. Es decir, quien sirviera al Señor no solo tendría sus necesidades suplidas, sino que también sería curado de sus enfermedades. Si sirves a Dios, debes saber que ya tienes esas bendiciones garantizadas. Son tuyas por derecho. Esa es la voluntad de Dios, que Él dejó registrada desde el principio.
Es muy importante que sigamos estas instrucciones y que tengamos una fe simple, la fe de un niño. Ese tipo de fe tiene pureza y esa pureza trae beneficios indecibles, hace milagros imposibles. Una fe sincera es una conciencia pura. Algo sublime delante del Altísimo. Como Él mismo dijo: “De la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza” (Mateo 21:16).
A Dios Le agrada de esa alabanza: la alabanza a los pequeñitos. Cuando presentamos la fe de un niño, esa fe de los pequeñitos, sincera, inocente, pura, somos bendecidos. Esa fe es pura porque no le da espacio a la duda. Esa fe pura oye, acepta y cree, porque sabe que la palabra que está oyendo es la Palabra de Dios.
Sigue las instrucciones de la Palabra, aceptándola con la pureza de un niño.