No hay una única razón. Problemas económicos, malas elecciones, adicciones, conflictos familiares, conductas de escape o huida ante sucesos vitales traumáticos a temprana edad (muerte de los padres, abusos, agresiones, violaciones…). Abandono y soledad son algunos de los motivos que llevan a una persona a vivir en la calle. Pero, lo más determinante: no contar con una red de apoyo, de contención afectiva.
Cada uno tiene su propia historia que se ha ido complicando, poco a poco, día a día, hasta llegar a lo que parece “un punto sin retorno”, sin esperanza.
El aislamiento social, la estigmatización, la invisibilidad, la indefensión y la pérdida de posibilidades futuras son las mayores consecuencias psicológicas de vivir en la calle. Vivir en la calle se percibe como un fracaso vital acompañado con un fuerte sentimiento de culpabilidad. La impotencia y la vergüenza por no ser capaz de salir de ese agujero lleva a pensamientos radicales tales como el suicidio.
La autoestima y el autoconcepto quedan especialmente afectados al percibirse como la escoria de la sociedad, invisibles a quien nadie ve, escucha, ni entiende; personas que ya no sirven para nada.
Han perdido su proyecto de vida, sus metas u objetivos y sólo esperan que el tiempo pase y, para “no pensar” ingieren alguna sustancia y ¡el día pasó!
Y, así, surge la indefensión aprendida: “lo intentas, lo intentas, claro que lo intentas… de una y otra forma… pero nada resulta… estoy en el punto de partida… ¿para qué volverlo a intentar?”.
Salir de la situación de calle es un proceso que con apoyo, afecto y confianza ¡es posible!
Maribel Salvo
Vicepresidenta de LMQA y Psicóloga